viernes, 11 de octubre de 2013

Chanson / Canzone

El dualismo –esa forma de entender el mundo tan occidental como menospreciada en los últimos tiempos– a mí se me hace imprescindible para ordenar dos formas de entender el hecho de cantar desde la óptica del imaginario popular.

Y es que cantar no es lo mismo en Francia que en Italia o, por lo menos así lo parece, por los profesionales cuyos trabajos han salpicado, y siguen haciendo,  nuestra memoria colectiva. En mi opinión, que es de lo que va este blog, hay un tipo de cantante a la que se asocia, de manera tópica, con una nacionalidad.
Por ejemplo, una cantante típica francesa, aparte de tener los dientes separados (que según tendencia son sexy o no) e ir sin peinar, debe carecer casi por completo de voz; o tenerla para hacer voice-overs de anuncios de compresas. Cantar, cantar, eso da igual. Bardot, Birkin (inglesa) hasta Bruni. Vaya, igual su apellido debe comenzar con la letra “b”. Hardy me rebate esta teoría del apellido, que no la de la voz y el cabello. Hay otras cantantes francesas con voz y registros, por supuesto, pero lo que yo normalmente asocio con “cantante francesa” es alguien poseedora de esas virtudes.
En cuanto a la cantante italiana tópica –Mina excluida, claro– debe poseer unas cualidades vocales que parezcan pasto del trasnoche y el cazalleo, ir peinadas a la moda y vestidas de cuero o escai, según su conciencia medioambiental. Giannini, Fiordaliso… Ahora bien, algo similar les ocurre a los cantantes masculinos de ese país. Deben ser tirando a guapos (Battiato no cuenta) y, sin excepción, elegantes; pero la voz debe parecer torturada. Vamos, una versión 24 quilates y 5 cinco estrellas de nuestro Sabina. Ahora bien, el look/actitud Sabina es la que debe supurar cualquier cantante francés, de nuestro imaginario, que se precie. Un hombre con voz agradable, pero castigado por el vino, la nicotina y no sabemos si las ETS.

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